“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”.

- La verdadera pureza ha de comenzar por el corazón porque de ahí provienen las acciones. Si el corazón está manchado, el hombre entero queda manchado. La impureza no sólo se refiere al desorden de la sensualidad, aunque este desorden -es decir, la lujuria- deje una huella profunda, sino también al deseo inmoderado de bienes materiales, a la actitud que lleva a ver a los demás con malos ojos, con torcida intención, a la envidia, el rencor, a la inclinación egocéntrica de pensar en uno mismo con olvido de los demás, a la abulia interior, causa de ensueños y fantasías que impiden la presencia de Dios y un trabajo intenso. La verdadera pureza de corazón es la que nos permite ver a Dios en medio de nuestra tarea. Él quiere reinar en nuestros afectos, acompañarnos en nuestra actividad, darle un nuevo sentido a todo lo que hacemos.

- La pureza del alma -castidad y rectitud interior en los afectos y sentimientos- tiene que ser plenamente amada y buscada con alegría y con empeño, apoyándonos siempre en la gracia de Dios. Esa limpieza interior, condición de todo amor, se va logrando mediante una lucha alegre y constante, prolongada a lo largo de la vida, que se mantiene vigilante con el examen de conciencia diario para no pactar con actitudes y pensamientos que nos alejan de Dios y de los demás; es también el fruto de un gran amor a la Confesión frecuente bien hecha, donde lavamos el corazón y el Señor nos llena de su gracia.

Es nuestra tarea, con la ayuda de la gracia, mostrar, con una vida limpia y con la palabra, que la castidad es virtud esencial para todos -hombres, mujeres, jóvenes y adultos-, y que cada uno ha de vivirla de acuerdo con las exigencias del estado al que le llamó el Señor.

- Esta exigencia de amor ha de llevarnos con fortaleza y el indispensable sentido común, a actuar con sensatez, a evitar las ocasiones de peligro para la salud del alma y para la integridad de la vida espiritual. La castidad ha sido desde siempre una gloria de la Iglesia y una de las manifestaciones más claras de su santidad.

Nosotros, cada uno en su estado, pedimos hoy al Señor que nos conceda un corazón bueno y limpio, capaz de comprender a todas las criaturas y de acercarlas a Dios. Y junto a la petición, un deseo eficaz de luchar para que el corazón nunca quede manchado.

Nuestra Madre nos enseñará a ser fuertes si en algún momento fuera más costoso mantener el corazón limpio y lleno de amor a su Hijo.